domingo, 5 de octubre de 2008

NG3801521

“Casi toda la ficción de horror empieza con una vida rutinaria que es desquiciada por la aparición de un monstruo. Una vez eliminado el monstruo, todo vuelve a la normalidad. No creo que esto sea válido para el mundo. No podemos destruir el monstruo porque el monstruo somos nosotros. Piénselo: no hay peores monstruos que las personas con quienes nos casamos, o con quienes trabajamos, o que nos han engendrado.”

(Clive Barker, 1988)

Hasta el momento Luca se ha empacado y promovido con rótulos "de horror". Aún cuando nuestra propuesta deliberadamente se aleja de aquellos tópicos hoy en boga, donde el sobresalto y el estupor son más bien una reacción mecánica a un estímulo plástico (mutilaciones y tortura están de moda en el género), seguía siendo necesario contar con una presencia maléfica sobre la cual pivotar la historia, pues bien, la de esta ocasión en particular mide 14,5 por 7 centímetros y es de papel impreso.

NG3801521 (número de serie del billete) aparece y desaparece de escena, y vuelve a aparecer para atormentar a la protagonista. A lo largo del metraje es severamente maltratado, al punto que su repelente presencia parece indestructible, pero… ¿es realmente el monstruo de la historia? Muchas veces objetos inanimados adquieren dimensión de personajes en la medida que ponen en marcha el argumento, lo cual les otorga incluso cierta personalidad. Spielberg decía del famoso camión de El Duelo (1971) que podía reconocer en él una mirada y hasta una sonrisa maligna configurada por los focos y la parrilla delantera del motor. Desde luego, nuestra luca ensangrentada tiene un rol harto más pasivo, pero es más determinante en la medida que pone en evidencia las situaciones amenazantes del contexto: No es que los billetes sean atemorizantes en sí, es el hecho que sea inevitable utilizarlos y sean un símbolo de relaciones transaccionales despojadas de todo afecto.



Estudio en borrador de las marcas en el "billete maldito".


Soledad pasa de su primera reacción incómoda a la sorpresa, luego a la indignación y finalmente a la angustia. Es una persona fría y distante en su exterior, pero tal comportamiento es una manera de enmascarar una personalidad temerosa y frágil. Cada vez que aparece el billete éste parece traer a presencia aquellos temores de la vida diaria que intenta suprimir: La alienación de su trabajo, ser asediada en su domicilio, la persistencia de un compañero ansioso o el acoso de un repulsivo sujeto de la calle. En ese ámbito, la historia inicialmente escrita se fundaba principalmente en las complejas relaciones de la protagonista con su entorno, lo cual demandaba un esfuerzo adicional para retratar ese contexto en desmedro de recursos más propiamente cinematográficos y, claro, se resolvió dejar aire a la tensión y a cosas más sugerentes. Si no hubiese sido de ese modo, habría acabado siendo un drama sobre una joven perturbada y no necesariamente un relato de misterio. No había que perder de vista que lo coyuntural seguía siendo el billete en cuestión.


Soledad (Camila Urbina) y el billete nefasto.

Y desde luego, también había que evitar a toda costa que la historia terminase siendo “el billete diabólico” u otro esperpento de esa calaña. Las buenas historias de terror que hemos venerado a lo largo de nuestra vida lo son porque pulsan zonas sensibles de nuestra psique. Por mencionar sólo un par de casos: El Resplandor (1980) es más una escalofriante historia de violencia intrafamiliar que de un niño con poderes paranormales y Pesadilla en La Calle Elm (1984) es una velada crítica al conservadurismo anglosajón, con un demonio suelto ajusticiándose en la descendencia de una horda puritana y castigadora. En todo momento, el espíritu volcado a Luca ha sido el de crear una situación inquietante con verosimilitud y también en atención a aquellas zonas oscuras de nuestra sociedad, y confiamos en que los espectadores se pondrán en sintonía con ese planteamiento.